Muhammad y el pudor ante Dios
El profeta, la paz y bendiciones de Dios sean con él, dijo:
“Cada religión tiene una característica, y la característica del Islam es el pudor”. (Al-Muwatta)
El pudor, en el sentido de protegerse a sí mismo con timidez, con propiedad, de la lujuria o las miradas envidiosas, significa que uno se preocupa acerca de cómo expresarse con palabras y hechos. Uno no quiere que los demás lo miren con extrañeza o como si fuera culpable. Esto fomenta el ser correcto en comportamiento y pensamiento con los otros, y con la relación de uno mismo con Dios. El Profeta le dijo a sus compañeros:
“Sean tímidos delante de Dios, pues es Su derecho que seáis pudorosos delante de Él”.
Le dijeron: “Oh Mensajero de Dios, en verdad que somos pudorosos, alabado sea Dios”.
Él dijo: “No es eso. El pudor ante Dios conforme a Su derecho es que protejas tu mente en lo que aprendes, tu estómago de lo que ingieres, y recordar la muerte y las tribulaciones; y el que quiere la otra vida, abandona los adornos de esta vida. Así que, aquel que hace todo esto es quien realmente es pudoroso ante Dios, conforme a Su derecho”[1].
El pudor y la vergüenza se aplican a cada aspecto de la vida, y la conciencia de la presencia de Dios nos ayuda a ser pudorosos y decorosos en la forma en que nos comportamos en todas las actividades que hacemos. Es la corona de la ética moral y el comportamiento, porque inspira todo lo que es bello y previene de lo que es perverso. Es un escudo de castidad para el cuerpo y pureza para el alma, y el sentir vergüenza de nuestra propia maldad proviene de ser consciente que Dios nos está viendo. El Profeta dijo:
“El pudor es parte de la fe, y la fe lleva al Paraíso”. (Ahmed)
Muhammad y la fiesta de matrimonio
Con motivo de su matrimonio en Medina con Zainab, la hija de Yahsh, el Profeta invitó a la gente a su fiesta. Esta fue una invitación al finalizar la mañana, y la mayoría de las personas simplemente se levantaron y salieron después de comer, como era la costumbre. El novio, sin embargo, siguió sentado y algunas personas también, quizás pensaron que esto era una señal de que ellos también debían permanecer con él, se quedaron después de que los demás invitados se habían ido. Por decencia, al Mensajero de Dios no le gustaba decirle a la gente que se fuera, entonces, se levantó y se fue de la sala con su discípulo, Ibn Abbas.
Se fue hasta la habitación de Aisha, otra de sus esposas, antes de regresar a la habitación de Zainab, esperando que los invitados hubiesen entendido la indirecta. Sin embargo, todavía estaban allí, sentados en sus lugares; entonces, él se fue una vez más a la habitación de Aisha, todavía acompañado por su discípulo.
La segunda vez que volvieron, la gente ya se había ido, entonces el Mensajero de Dios entró. Ibn Abbas lo iba a seguir, pero Muhammad tomó la cortina divisoria y la corrió cerrando así la entrada[2].
Una de las enseñanzas de esta historia es que el hogar de una persona es privado y se debe tener pudor de abusar de una invitación. Además, porque Muhammad era muy amable con las personas para pedirles que se fueran, sus actos dan un ejemplo de cómo enseñar una lección sin ser ofensivo. Usó una forma no verbal de mostrar a las personas que se debían ir; y cuando su espacio privado fue desocupado, usó otro gesto no verbal para demostrar que la invitación había terminado.
Moisés y Séfora
Después de esperar durante mucho tiempo en la fila, siendo sólo dos mujeres entre todos los hombres, alguien finalmente las ayudó, y fueron capaces de llevar sus rebaños de ovejas y cabras a casa. Su padre era viejo, y ellas no tenían hermano que hiciera las tareas al aire libre. Siendo una de las tareas más onerosas sacar agua del pozo con el fin de darle de beber al ganado, esta era una actividad realizada por los hombres. Era un día de suerte que regresaban a casa temprano después de darle agua a la manada. El padre estaba sorprendido por su pronto regreso, y cuando preguntó por lo ocurrido, sus hijas le dijeron que un hombre que parecía un viajero las había ayudado. El padre le dijo a una de sus hijas que buscaran al hombre y lo invitaran a la casa. Cuando regresaron al pozo, la joven se acercó tímidamente, y cuando estuvo muy cerca, le extendió la invitación de su padre para que lo pudiera recompensar por su ayuda. Moisés mantuvo su mirada baja hacia el piso, mientras les respondía que él lo había hecho solamente para complacer a Dios, y no requería ninguna compensación. Sin embargo, al darse cuenta que era una ayuda enviada por Dios, aceptó la invitación. Mientras ella caminaba delante de él, el viento levantó su vestido, revelando parte de su pierna, entonces él le pidió que caminara detrás suyo, y le señaló la dirección que debía seguir cuando llegara a una bifurcación en el camino.
Cuando llegaron a la casa, el padre le ofreció comida y le preguntó de dónde era. Moisés le respondió que era un fugitivo de Egipto. La hija que lo había traído a casa le susurró a su padre: “Padre, contrátalo, el mejor de los trabajadores es el que es fuerte y confiable”.
Le preguntó: “¿Cómo sabes que es fuerte?”
Ella dijo: “Él levantó solo la piedra que tapa el pozo, que sólo puede ser removida por varias personas.”
Él pregunto: “¿Cómo sabes que es confiable?”
Ella dijo: “Él me pidió que caminara detrás suyo para que no me viera mientras caminaba, y cuando conversé con él mantenía su mirada baja, con respeto y pudor”.
Así era el Profeta Moisés, que la misericordia y bendiciones de Dios sean con él, que había escapado de Egipto después de matar por error, y el padre de las jóvenes era un hombre temeroso de Dios de la tribu de Madian; un hombre que no tenía hijos varones, pero había tenido dos hijas mujeres.
El versículo del Corán que nos cuenta esta historia hace énfasis en la manera en que ella se acercó a Moisés:
“Y una de ellas regresó y acercándose a él con recato…”. (Corán 28:25)
Tanto la forma en que Séfora se acercó a Moisés, y el cuidado que él tuvo al no ver más de lo que era necesario, describen un sentido agudo del decoro. Ninguno tenía un chaperón ni nadie podía ver lo que hacían y, sin embargo, los dos se comportaron con el mayor decoro y recato. Esto se debe al temor reverencial a Aquel que todo lo ve. El resultado fue que cuando el padre le propuso a Moisés que se casara con alguna de sus hijas, Moisés las consideró muy buen partido. Él y sus hijas también vieron en él todas las virtudes que un hombre debe tener como compañero de una mujer. Moisés aceptó y fue contratado diez años como pastor.